De Laura De La Puente 

Hoy en día, la moda es un elemento clave para la expresión de nuestra identidad ante la sociedad. Independientemente del centro comercial al que vayas, encontrarás una gran cantidad de ropa y accesorios en tendencia que se acomodan a tus gustos, que muchas veces los compramos sin reflexionar si en realidad lo necesitamos, sin pensar en quién las fabrica, cómo es que se elaboran grandes cantidades de ropa en tan poco tiempo, o a dónde van al ser desechadas.  

Del proceso de fabricación y venta de vastos volúmenes de ropa y de la demanda, derivó el concepto “fast fashion” o “moda rápida”, una estrategia de la industria de la moda desarrollada en los últimos años. El término fue acuñado a principios de 1990, cuando el New York Times escribió sobre la gran tienda de confección Zara al llegar a Nueva York para describir el rápido proceso de la marca al tomar solo 15 días para que una prenda pase de la etapa de diseño a ser vendida en las tiendas.  

Para la venta veloz de ropa, se necesita una producción masiva y constante de las prendas, que suelen ser de bajo costo, que imitan las tendencias que promueve la alta costura. De este modo, los consumidores siempre tienen una novedad que comprar. Esto lleva el nombre de “micro temporadas”, que además consisten en un análisis rápido de las tendencias y gustos de los consumidores, los cuales cambian con la misma rapidez que las tendencias de moda. En estos últimos años, grandes marcas como UNIQLO, Forever 21, H&M, Inditex (dueña de Zara, Bershka, Pull&Bear, etc.), Shein, ASOS y Fashion Nova (estas tres últimas están dirigidas al online shopping) han lanzado cerca de 50 colecciones al año, contrastando con las antiguas colecciones anuales de primavera/verano y otoño/invierno.  

Otro motivo de la acogida del fast fashion es la proliferación de la cultura pop y de las redes sociales, donde se ha creado un culto al consumismo. Desafortunadamente, sus prendas se distinguen por su descarte. Esto se denomina «obsolescencia programada», donde los productos se diseñan intencionalmente para tener una vida útil corta. Esto crea la necesidad de que el consumidor regrese y compre más productos. Además, dichos productos se agotan con rapidez, lo cual genera la idea de tener una sola oportunidad para obtener el producto y una sensación de escasez, que lleva a los consumidores a otorgarle más valor a un producto. 

Para producir y vender una prenda a bajo costo, la paga de los trabajadores en las fábricas también es baja: dos dólares al día en promedio y bajo condiciones de trabajo inhumanas. Los trabajadores de esta industria son aproximadamente 40 millones, lo que la convierte, según el documental “The True Cost”, en la industria más dependiente de la mano de obra en el mundo. De esta, el 85% son mujeres, muchas de ellas menores de edad, sobre todo de países con economías poco desarrolladas del sudeste asiático, lo que permite a las grandes marcas vender a un costo accesible y seguir manteniendo un margen de ganancias muy alto. 

Además de la degradación de sus trabajadores, el fast fashion provoca daños irreversibles al planeta. Para producir un kilogramo de algodón, se necesitan alrededor de 10.000 litros de agua, lo que la vuelve la segunda industria que más agua necesita. Asimismo, la fabricación de ropa involucra el uso de químicos altamente dañinos para la salud, que se liberan en el mar o en ríos. En cuanto a la emisión de gases, la industria de la moda es responsable del 10% de las emisiones de dióxido de carbono. Por estos motivos, es la segunda industria más contaminante del mundo. 

A pesar de la contaminación que genera la fabricación de una prenda, se estima que el 73% de la ropa producida anualmente termina incinerada o en basureros. Por otro lado, el promedio de uso de una prenda nueva es de solo siete veces antes de ser desechada y el 40% de la ropa que adquirimos no la usamos jamás. Esto se debe a la tendencia consumista desarrollada en el último siglo, que ha provocado un aumento del 400% en el consumo de ropa en el planeta.  

Las prendas, al ser descartadas, se trasladan a vertederos de países de bajos recursos como Ghana, en África occidental, donde son desechados hasta 15 millones de prendas de ropa usadas cada semana. Solo el 15% de los desechos textiles posconsumo se recuperan para el reciclaje. De estos, menos del 1% de la producción total se recicla en circuito cerrado, es decir, vuelve a ser materia prima para fines similares. 

Muchos dicen que las prendas producidas por marcas de moda sostenible (que se oponen al fast fashion) son costosas, mientras que las grandes marcas venden productos accesibles para muchos. A pesar de que este argumento es válido, y que el fast fashion esté en todas partes y parezca difícil escapar de ella, existen otras formas más responsables, éticas y sostenibles de fabricar y consumir ropa: comprar ropa de segunda mano, intercambiar o donar ropa, comprar prendas de buena calidad (y, si se daña, arreglarla), informarse sobre la procedencia y condiciones de elaboración de la prenda (preferiblemente, que no esté hecha en Bangladesh o Taiwan) y no comprar más de lo que se necesita, reflexionando antes de comprar si realmente necesitamos la prenda que estamos por llevar, como lo hacen las personas que tienen como principio la corriente minimalista. 

Fast Fashion: apogeo o decadenza della moda? 

Di Laura De La Puente 

Oggi la moda è un elemento chiave per l’espressione della nostra identità nella società. Indipendentemente dal centro commerciale in cui ti rechi, troverai un gran numero di vestiti e accessori trendy che soddisferanno i tuoi gusti, che spesso acquistiamo senza pensare se ne abbiamo davvero bisogno, senza pensare a chi li fa, a come vengono prodotte grandi quantità di vestiti in così poco tempo, o dove vanno quando vengono buttati. 

Dal processo di produzione e vendita di grandi volumi di abbigliamento e dalla domanda, è derivato il concetto di «fast fashion» o “moda veloce», una strategia dell’industria della moda sviluppata negli ultimi anni. Il termine è stato coniato all’inizio degli anni ’90, quando il New York Times ha scritto sulla grande catena di abbigliamento Zara che arrivava a New York, per descrivere il rapido procedimento del marchio, che impiegava solo 15 giorni perché un capo passasse dalla fase di progettazione all’essere venduto nei negozi. 

Per la vendita rapida degli abiti è necessaria una produzione in serie costante di capi, solitamente low cost, che imitino le tendenze promosse dall’alta moda. In questo modo, i consumatori hanno sempre qualcosa di nuovo da acquistare. Ciò si chiama «micro stagioni», che consiste anche in una rapida analisi delle tendenze e dei gusti dei consumatori, che cambiano con la stessa rapidità delle tendenze della moda. Negli ultimi anni grandi marchi come UNIQLO, Forever 21, H&M, Inditex (titolare di Zara, Bershka, Pull&Bear, ecc.), Shein, ASOS e Fashion Nova (questi ultimi tre sono rivolti allo shopping online) hanno lanciato quasi 50 collezioni all’anno, contrariamente alle vecchie collezioni annuali primavera/estate e autunno/inverno. 

Un altro motivo del successo del fast fashion è il proliferare della cultura pop e dei social network, dove si è creato un culto al consumismo. Purtroppo questi capi d’abbigliamento si distinguono per la loro scarsa durata. Ciò è chiamato «obsolescenza programmata»: i prodotti sono progettati intenzionalmente per avere una vita utile breve. Il che crea la necessità per il consumatore di tornare e acquistare più prodotti. Inoltre, tali prodotti vanno presto in sold-out si esauriscono rapidamente, portando all’idea di avere un’unica possibilità di acquiastarli e i consumatori a dare più valore a un prodotto. 

Per produrre e vendere un capo a buon mercato, anche la paga degli operai nelle fabbriche è bassa: due dollari in media al giorno e in condizioni di lavoro disumane. I lavoratori in questo settore sono circa 40 milioni, il che lo rende, secondo il documentario «The True Cost», l’industria più dipendente dal lavoro al mondo. Di questi, l’85% sono donne, molte delle quali minorenni, soprattutto provenienti da paesi con economie sottosviluppate del sud-est asiatico, il che consente ai grandi marchi di vendere a un costo accessibile e continuare a mantenere un margine di profitto molto alto. 

Oltre al degrado dei suoi lavoratori, il fast fashion provoca danni irreversibili al pianeta. Per produrre un chilogrammo di cotone sono necessari circa 10.000 litri d’acqua, il che la rende la seconda industria con la piú alta intensità idrica. Allo stesso modo, la produzione di abbigliamento prevede l’uso di sostanze chimiche altamente dannose per la salute, che vengono rilasciate nel mare o nei fiumi. Per quanto riguarda le emissioni di gas, l’industria della moda è responsabile del 10% delle emissioni di anidride carbonica. Per questi motivi è la seconda industria più inquinante al mondo. 

Nonostante l’inquinamento generato dalla fabbricazione di un indumento, si stima che il 73% degli indumenti prodotti annualmente vada a finire incenerito o in discarica. D’altra parte, un capo nuovo viene utilizzato in media sette volte prima di essere scartato e il 40% dei vestiti che compriamo non viene mai utilizzato. Ciò è dovuto alla tendenza dei consumi sviluppatasi nel secolo scorso, che ha causato un aumento del 400% del consumo di abbigliamento nel pianeta. 

Gli indumenti, una volta scartati, vengono trasferiti in discariche in paesi a scarse risorse come il Ghana, nell’Africa occidentale, dove ogni settimana vengono scartati fino a 15 milioni di indumenti usati. Solo il 15% dei rifiuti tessili post-consumo viene recuperato per il riciclaggio. Di questi, meno dell’1% della produzione totale viene riciclato a circuito chiuso, cioè torna ad essere materia prima per scopi simili. 

Molti dicono che i capi prodotti dai marchi di moda sostenibile (al contrario del fast fashion) sono costosi, mentre i grandi marchi vendono prodotti accessibili a molti. Nonostante questa argomentazione sia valida, e che il fast fashion sia ovunque e sembri difficile sfuggirvi, ci sono altri modi più responsabili, etici e sostenibili di produrre e consumare i vestiti: comprare vestiti di seconda mano, scambiare o donare vestiti , acquistare capi di buona qualità (e, se danneggiati, ripararli), informarsi sull’origine e le condizioni di produzione del capo (preferibilmente, che non sia prodotto in Bangladesh o Taiwan) e non acquistare più di quanto è necessario, riflettendo prima di acquistare se abbiamo davvero bisogno del capo che stiamo per indossare, come fanno chi ha come principio la corrente minimalista. 

Tradotto da Francesco Nori