de Fabian Flores Chavez y Vasco Shibao Garcia – 3° Media D

Me asignaron la labor de buscar alimento para nuestra tribu. Yo estaba muy preocupada, ya que era uno de los primeros encargos que me habían asignado. “Killari, ve a buscar un poco de frutas para el pueblo y asegúrate de no volver muy tarde. Cuídate mucho, mi niña”, me dijo mi papá, mientras yo me encontraba tomando desayuno. Después de un rato, yo ya estaba preparada para salir, y me aseguré de comer bastante para no tener hambre en el camino. A pesar de tener un poco de miedo por separarme del grupo, me sentía emocionada por aventurarme un buen rato en la selva. 

Algún tiempo después, estaba preocupada porque la cantidad de alimentos era algo escasa y no parecía que era suficiente para toda nuestra tribu. Mientras pensaba qué podía hacer, me di cuenta de otro problema, que era mucho más grave que este: estaba perdida. No pensé que podría pasarme esto, pero eso no importaba, porque tenía miedo de no ver a mi familia de nuevo. Por el pánico, empecé a correr en cualquier dirección y mientras corría me pareció ver a alguien en la distancia, y creyendo que era uno de la tribu, corrí hacia la figura. 

Cuando lo vi bien, me di cuenta de que era alguien que no pertenecía a la zona porque tenía un color de piel claro. “Buenos días niña, supongo que eres de por aquí. Me presentó, yo soy Nicola Felice ¿Cuál es tu nombre?” me dijo. “Hola. Soy Killari” le respondí, “Killari Neduro. ¿Qué hace por esta zona, señor?”. “Estoy pensando en construir un castillo. Todo en los alrededores me encanta: el clima, el paisaje, la fauna, las flores…” “¿Tú, por qué estás aquí?”. “Estaba buscando comida para mi pueblo, pero me desvié y lo encontré a usted”. “¿Perteneces a una tribu? Me vendría bien más de una mano para construir mi deseada estructura. ¿Qué te parece si me ayudan a construir mi pequeña fortaleza, y a cambio les doy grandes cantidades de comida que durará unos meses y con ello podrás abastecer a toda tu comunidad?”. Hubo un pequeño silencio. Yo no sabía qué decir porque no sabía qué opinarían los demás. Lo único que sabía era que debía tomar una decisión rápido, y llegué a la conclusión que nos vendría bien una gran cantidad de comida. “Acepto su oferta”. “Grandioso. Llévame con el grupo para hablar con ellos también”. “Hay un problema, y es que no sé por qué dirección están. Lo único que nos podría guiar a ellos es el Río Lamas”. El italiano asintió y nos dirigimos al Río donde empezaría nuestro pequeño viaje. 

Recordé que la dirección a la que iba el agua nos ayudaría a llegar a la aldea. El señor se veía asombrado con cada cosa. Primero, se quedó viendo a un árbol en específico. “¿Cómo se llama este árbol? Me gustaría plantarlo cerca de mi hogar”. “Es un shimbillo. En mi aldea puedes encontrar sus semillas”. Este árbol tiene la característica de tener una gran cantidad de hojas anchas y semillas que contienen una pulpa dulce comestible que las rodea. Felice trataba de estar muy atento a sus alrededores, para ver toda la fauna que lo rodeaba. Se nos acercó un mono choro de cola amarilla, y Nicola se asustó y trató de mantener su distancia. Le conté que era una especie rara de ver, y que se encontraba en peligro de extinción. 

El cielo comenzó a oscurecer y empezó a llover, y los dos sabíamos que debíamos apresurarnos a llegar. A medida que pasaba el tiempo veíamos menos el camino. En ese momento, Felice saco un objeto con forma alargada de sus bolsillos. “Voy a usar esta linterna para iluminar el camino” “¿Qué es una linterna?” “Es un objeto que te ayuda a iluminar cosas que están oscuras”. Presionó algo en la linterna y un rayo de luz salió del frente de ella. Yo sonreí asombrada, y me dio ganas de tener una también.  

No sabíamos si parar debajo de un árbol a descansar o si estábamos cerca y seguir. Pensé en lo preocupada que seguro estaba mi familia, pero de pronto los escuché llamándome en la distancia así que fui corriendo hacia el ruido. Mi compañero se encontraba recogiendo algunas orquídeas de color morado, y lo llamé para que me siga. Veíamos luz cuando nos acercábamos y encontramos la pequeña civilización. Todos nos vieron sorprendidos, y voltee a ver a Felice para que se presente en frente de todos. “Hola. Yo soy Nicola Felice. Vengo a proponerles una oferta con un gran beneficio para ustedes. Ustedes vendrán a ayudarme con la construcción de mi castillo a cambio de gran cantidad de alimento”. Los lamistas se miraron entre sí y mientras tomaban una decisión, yo estaba buscando a mi padre que debía seguir buscándome también. Cuando lo encontré, le di un gran abrazo y algunas riquísimas semillas de shimbillo. Le explique que el extranjero era mi amigo y nos ayudó a convencer a todo el pueblo. Finalmente, todos se pusieron de acuerdo y la propuesta fue aceptada. Esa noche hubo un gran banquete y las mujeres bailaron el Choba Choba, un baile típico, que significa “ayuda mutua”. Me acerqué a Nicola y lo interrumpí a punto de comerse un palo de suri asado que se veía de lo más apetitoso, pero él miraba con disgusto.  

El día de la construcción llegó, y todo estaba saliendo perfectamente: todos trabajaban en equipo mientras creaban la gran estructura. Esta estaba hecha de piedras labradas a mano. 

Varios días después, el castillo que parecía ser sacado del medioevo fue decorado con varios elementos europeos. Además de esto, Felice quería agradecer mi ayuda y la de todos, agregando también algunos elementos típicos de nosotros, que fue el toque final y le dio una magia especial a la nueva construcción.