De Francesco Martinuzzi Cáceres, Fabian Rafael Mujica Bernui, Avril Yildiz Ordoñez Mardini

Al parecer he sido seleccionado en mi tribu como el nuevo “buscador”. Acá, en la tribu de los Matses, “buscador” es la persona que busca algo valioso (sobre todo orquídeas míticas) en partes específicas de la selva de San Martín. 

El único inconveniente es que en esos lugares dominan las tribus más fuertes de la selva. Lo más triste es que a los “buscadores” los mandan solos contra una tribu libre. Obviamente, tenemos que buscar todo sigilosamente para no tener problemas ni arriesgar la vida. Indignado, voy con el cacique a decirle que me mande contra una tribu “fácil” de saquear. Increíblemente para él y terriblemente para mí, eligió buscar en la tribu asháninka de Moyobamba. Esta era la tribu más sanguinaria y peligrosa de todo San Martín, aunque la recompensa nos podría sacar de ser una tribu “libre”. Estas no dominan una parte de la selva, y mucho menos reliquias míticas como orquídeas. En nuestra tribu ninguno de los buscadores había logrado sobrevivir en la búsqueda… hasta ahora. Seré el primer buscador en lograr su cometido: robar algo valioso y sobrevivir. 

Tiempo después, me dirigí con el cacique para pedirle un mapa de Moyobamba y así, poder encontrar el sitio donde se ubicaban los asháninka fácilmente. Llegó la hora de alistarme para la búsqueda dorada. 

En mi mochila, tuve que poner comida como suri, hormigas culonas e insectos. El agua era indispensable, así que tuve que dirigirme al río Mayo para no morir deshidratado (la manera más horrible de morir para un miembro de una tribu). Al salir de mi tribu, tenía que estar alerta en todo momento, ya que en esta selva hay muchas tribus libres como la mía, además de animales que parecen mitológicos como el titanoboa. Mientras veía el mapa me encontré con una especie de animal que parecía una anaconda, aunque su tamaño era desproporcionado. Claramente estaba conmocionado por la situación; intenté de todo para que no me persiguiera y no acabara con mi vida. Me escondí rápidamente; sin embargo, el dios Chullachaqui no estaba conmigo y, de repente, una rama cualquiera sonó cerca de mí. La monstruosidad del animal que se encontraba delante de mí me buscaba vilmente con la intención más sanguinaria que había sentido jamás. 

Estaba nervioso, y mis acciones no fueron las más inteligentes, pues decidí correr del peligro, o sea del animal, y como dice el dicho “amar es dejar ir”, por eso, el animal me siguió. Después de todo no lo vi por todo mi viaje hasta Moyobamba. Finalmente, llegué donde estaba la tribu más potente, grande y gloriosa de toda la selva. Al verlos, la verdad es que me dio miedo tocar algo que formaba parte de su territorio. Tal era el respeto que cuando tocaba una Anguloa uniflora pensaba que me moriría al instante. 

Luego de cuestionarme qué hacia allí escuché a un asháninka acercarse a la entrada. Me tuve que esconder y continué con el trabajo a pesar del temor que le tenía a esa tribu. Al esconderme entre algunas Bletias patulas (orquídeas), pude ver a lo lejos brillar algo increíblemente. El lugar estaba repleto de diferentes especies de orquídeas entre otros tipos de flores, aunque lo que predomina en esta zona son las primeras. Por eso, pienso que ese “objeto brillante” es una Acineta superba, uno de los cientos de orquídeas que hay acá. Me acerqué lentamente para robar la orquídea y en un instante me aproximé tanto que pude cogerla, pero al parecer era una trampa. La verdad es que fue muy tonto de mi parte pensar que el objeto más valioso de la tribu más respetada iba a estar al aire libre. 

Me desperté colgando en el aire, con las manos y los pies atados con cuerdas. Parecía que me iban a arrancar las extremidades, hasta que el animal, que parecía protegerme, regresó y distrajo a la tribu. Aproveché ese instante para desatarme, tomar la orquídea dorada y escapar. 

Cuando volví a mi tribu, les entregué la orquídea y así es como nos volvimos los nuevos líderes de esa parte de la selva llena de orquídeas y reliquias. Luego de ese hecho tan significativo, dediqué toda mi vida a esa mítica planta, la Acineta superba, planta que nos liberó como tribu. Le rendíamos culto a esa orquídea constantemente, la considerábamos una diosa. Nos regalaba largas lluvias y ganados prósperos; era asombroso cómo una planta podía ser tan poderosa e increíble. 

Mucho tiempo después, tras varias reencarnaciones, viajé con mi colegio a San Martín y visité el jardín botánico de Moyobamba, sabiendo que yo era el responsable de crear ese increíble lugar que los Matses transformamos en un tipo de conservatorio de plantas con hasta casi mil especies de orquídeas. Sin embargo, cuando entré al jardín botánico, de repente, todas las especies de orquídeas se marchitaron, excepto una, aquella que fue venerada en una de mis anteriores vidas, aquella que tanto amamos y adoramos junto a mi tribu. Desde ese día, en el jardín botánico orquideario de Moyobamba, solo crecieron Acinetas superbas.