De María Antonia Plata Gomez, Guillermo Paredes Vizarreta, Rafaella Zamora Espinoza

¿Cómo llegué aquí? El presuntuoso sonido del correr de las aguas desapareció. Ya no me encontraba en la cascada, ahora estaba en una pequeña aldea parada frente a un chico alto, guapo y con ojos verdes que me hacían recordar a la naturaleza tan viva de la selva. Él estaba quieto, parecía que nada lo perturbaba. Me miraba fijamente a los ojos y sin decir una sola palabra. 

—¿Quién eres? —pregunté. 

Justo cuando me iba a responder, inesperadamente, un estrepitoso sonido captó mi atención. Me giré y vi a un hombre viejo, de estatura media, pelo largo y con tatuajes tribales pertenecientes a mi tribu. No podía ver su cara, era borrosa; sin embargo, se me hacía un poco familiar. Recordé al chico que seguía parado detrás de mí, tuve la necesidad de voltearme y justo en ese momento pude reconocerlo, él era…   

Me desperté y no recordaba que había sucedido. No me podía mover, me sentía paralizada; lo único que podía hacer era ver. Observé a mi alrededor, estaba rodeada de mucha gente que dejaba vasijas llenas de comida y diversas ofrendas. No entendía nada ni sabía dónde estaba. 

Pasó un tiempo y volví a sentir mi cuerpo. Apenas logré moverme traté de hablar con las personas que estaban cerca, pero todas me ignoraban haciéndome pensar que yo era un fantasma. Algo extrañada y pensando que era una broma, fui a beber un poco de agua. Cuando lo estaba haciendo, quise ver mi reflejo en el agua para saber si mi cara tenía algo raro y por ello la gente no me quería hablar; para mi sorpresa, no veía mi reflejo, sin embargo, desde mis ojos, yo sí podía ver mi propio cuerpo. 

Estaba muy asustada y no sabía qué hacer. Me levanté de inmediato y empecé a gritar con la esperanza de que alguien me escuchara. Lastimosamente, nadie lo hizo. Entré en desesperación y comencé a correr intentando alejarme lo más posible de ese lugar. Lo que sucedió después, fue lo más raro que he experimentado en mi vida. Cuando creí haberme alejado lo suficiente de la cascada, ya que había corrido mucho, siempre encontraba una misma roca que al final, me conducía a ese mismo lugar de antes. 

Intenté una y otra vez sin tener éxito. Cuando ya estaba agotada, sin energía por todo el esfuerzo físico que había hecho, me senté a reflexionar y descansar. Comencé a sentirme muy observada, pero era claro que no era posible que alguna de las personas presentes fuera la responsable. Busqué y busqué al causante de esta sensación, hasta que lo encontré. Era un toro grande y negro, con ojos verdes como el color de la naturaleza que me rodeaba. Se me hizo algo familiar, pero no sabía de dónde. Quise acercarme a él, sin embargo, huía de mí. Decidí no insistir más y me quedé a orillas de la cascada. 

Los días pasaron y siempre sucedía lo mismo, hasta que un día tuve otro sueño. En este, veía una persona saltando del tope de la cascada que al caer lloraba y lloraba. No entendía por qué ni quién era, pero quería averiguarlo. Me acerqué al chico, que tirado en el piso se lamentaba. Estaba lleno de heridas y lágrimas. Le pregunté cuál era el motivo de su pena. 

—Lo mío es un amor imposible; la vida no nos quiere juntos. El amor de mi vida, mi alma gemela, ha sido arrebatada de mí —dijo con una melancolía que llegó hasta mi corazón. 

La situación me entristeció mucho y me sentía impotente ya que no sabía cómo ayudarlo. Decidí quedarme junto a él. Agarré su cabeza y la apoyé contra mis piernas para que estuviera más cómodo. Era obvio que no sobreviviría, debido a la gravedad de sus heridas. Estuvimos en silencio el resto del tiempo hasta que él dejó de respirar. 

Empecé a llorar desconsoladamente. Estuve un buen rato así. Quise enterrarlo dignamente así que excavé un agujero para poder poner su cuerpo ahí. Y así fue. Cuando terminé de hacerlo, regresé a la cascada y vi un pedazo de papel tirado justo en el lugar en donde había fallecido el chico. Lo recogí y lo leí.  

En su interior estaba escrita una carta de amor, la cual hablaba de un amor tan bello e intenso entre dos personas, pero que jamás iba a ser aceptado por el jefe de la tribu, el cual era el padre de la chica. Al final estaba firmado con dos nombres, uno era el del chico y el otro… era mío. No lo podía creer. ¿Cómo era posible? 

Logré recordar todo lo que había pasado antes de perder mi memoria y llegar a la cascada.  

Yo estaba enamorada de este chico (Shilly), quien recién había muerto. Nuestro amor era imposible. Mi padre no lo aceptaba porque quería que me casara con alguien de mejor estatus social. Debido a ello, me escapé con Shilly y fuimos en busca de un chamán, al cual le pedimos que nos transformara en seres místicos para que así nunca nadie ni nada nos pudiese separar. Lastimosamente, mi padre nos encontró justo cuando se estaba llevando a cabo el ritual. Esto provocó un fallo y yo terminé siendo el espíritu de una cascada y el amor de mi vida, un toro negro. 

De repente, me desperté. Grité con todas mis fuerzas para que Shilly, el toro, se acercara a mí. Observé con mucha atención todo mi alrededor; miré hacia arriba y vi que en el borde del barranco estaba el toro a punto de saltar. Se me heló la sangre al darme cuenta de que todo ocurría tal como en mi sueño.  

Le grité el doble de fuerte con la esperanza de que me escuchara, intentando convencerlo de que no saltara, pero no funcionó. Se lanzó y cayó junto a mis pies. 

Me acerqué a él y le dije que ya sabía todo nuestro pasado, quién era y lo que había sucedido para llegar a este punto. Le dije de todo corazón que lo amaba y comenzó a llorar. Me veía con una expresión de amor y tristeza que me partieron el alma, pero al mismo tiempo me hicieron sentir mejor. 

—Te amo y lamento no poder estar ahí para ti. 

Eso fue lo que dijo con su último aliento, antes de fallecer. Mi corazón estaba entristecido y comencé a llorar. De la nada, comenzó a desvanecerse su cuerpo. Del charco de lágrimas que había dejado brotó una luz que me encegueció por unos instantes. Luego, comenzó a correr un flujo de agua hasta convertirse en la naciente de un río, al que llamé Shilcayo en honor al amor de mi vida, Shilly.