De Luciana Achahui Vargas, Brunella Chacaltana Chessa, Tiziana Vasquez Fernández-Prada
En medio de un pueblo pobre y abandonado, donde no se sabía cuándo salía la luz del día y no había vegetación por donde quiera que miraras, se encontraba Ramón, un joven de 23 años que tenía un sueño: encontrar el amor algún día. Ramón venía de una familia muy numerosa y era el cuarto de siete hermanos. Él siempre había querido salir de su pueblo, ya que pensaba que este estaba perdido, pues carecía de casi todos los recursos para sobrevivir y parecía un pueblo infeliz.
Un día Juana, la madre de Ramón, le dio a su hijo un regalo que le perduraría por siempre: una semilla mágica de orquídea.
Ramón confundido le contestó:
—Mamá, esto no tiene sentido. ¿No ves que las orquídeas aquí no duran ni una semana? Estamos destinados a la soledad.
Entonces, Juana respondió:
—Querido hijo, esta semilla viene desde hace cuatro generaciones, y después de cien años, ha llegado el momento de que tú seas quien la plante, y así venzas esta triste soledad.
Ese mismo día, Ramón se fue a dormir lleno de confusión y miedo, pues le asustaba la idea de que la planta no dure y se pierda la reliquia familiar.
A la mañana siguiente, Ramón se levantó muy temprano y se embarcó en un viaje de tres días y tres noches para plantar la semilla en el lugar perfecto: el valle del Mayo.
Luego de largas noches de frío y hambre, finalmente había llegado. Comenzó a subir el Morro de Calzada. Al atardecer, cuando llegó, descansó hasta que el canto de los pájaros lo despertara.
Al día siguiente, Ramón despertó en la montaña y en el lugar con la tierra más firme comenzó la germinación de la semilla mágica.
Y así Ramón esperó seis meses a que la planta floreciera, visitándola cada semana, asegurándose de que esté bien.
Un día cuando Ramón volvió a su hogar, su madre le dijo:
—Hijo, te felicito, has sido muy paciente y todo esfuerzo da sus frutos. La planta florecerá muy pronto y traerá muchas alegrías con ella.
Entonces a esto, Ramón le contestó:
—Pero mamá, las orquídeas tardan tres o cuatro años en florecer, y mañana recién cumplirá seis meses.
—No te olvides, hijo, que es una semilla mágica y, por ende, su proceso de germinación es diferente.
Por esa misma tarde, Ramón partió a Morro de Calzada, donde había plantado la semilla, y para su sorpresa, cuando llegó, veía una hermosa orquídea a punto de florecer. Le echó la última gota de agua que le faltaba. De inmediato, la orquídea cobró forma humana.
Ramón, confundido, no entendía qué pasaba, pero al instante, se dio cuenta de que se había enamorado a primera vista de ella.
Entonces, la flor en su forma humana decidió hablar y dijo:
—Me llamo Moyobamba y he venido a este mundo para traerles la mayor felicidad que pueden imaginar. Toma mi mano y ven a caminar conmigo.
Caminaron juntos por horas, explorando los paisajes, y en eso Moyobamba se detuvo frente a un árbol y dijo:
—Hemos llegado, y aquí será donde crearemos la tierra prometida de la reliquia familiar.
Colocaron juntos sus manos sobre el tronco del árbol y de este floreció una tierra llena de vida.
Las sequías desaparecieron y el cielo se iluminó. La vida era más colorida, y la gente sorprendida salió de sus casas a ver lo que estaba ocurriendo y al ver el milagro, comenzaron a festejar.
Luego de unos días, las personas comenzaron a buscar al responsable de este milagro, y así encontraron a la bella Moyobamba. Y así nombraron al nuevo pueblo. Con el tiempo, en honor a la bella orquídea, le dieron su nombre: “Moyobamba”. Moyobamba significa llanura circular, y por la geografía de este bello pueblo, creyeron que era el nombre indicado.
Desde ese momento, las orquídeas fueron un símbolo importante que caracterizaría al pueblo. Así también se crearon las fiestas patronales, en honor a la creación de un nuevo mundo más colorido, con bailes, platos típicos y en general, un pueblo lleno de vida y alegría.
Y esta fue la historia de cómo Moyobamba fue creada, y hasta ahora esta sigue siendo una bella región en la Amazonia del Perú, en la cual sus habitantes viven felices celebrando su cultura y tradiciones.
Con el tiempo, Moyobamba creció, pero nunca perdió su alma. Aunque llegaron nuevas costumbres y el mundo cambió a su alrededor, el espíritu alegre y festivo de su gente se mantuvo intacto. Las orquídeas siguen floreciendo como símbolo de esperanza, y las fiestas patronales llenan cada rincón de música, danza y sonrisas que se contagian al recorrer sus calles.
