de Luana Hernandez Ramos, Fatima Campero del Pozo y Domenica Valverde Torres – 3° Media B
En las noches serenas de la comunidad de Lamas, al crepitar de la fogata bajo el manto estrellado, los ancianos se reúnen para compartir historias que han sido tejidas con los hilos del tiempo. Pero el favorito, para los niños como para los adultos, era el viejo Metsákoshi, cuyos relatos envolvían a la audiencia dentro de en un mundo místico lleno de criaturas contemplables.
Una noche, mientras el humo del tabaco de la hoja de coca danzaba en el aire y se entrelazaba con el aroma del copal, usado en el acto de purificación de malos espíritus, sus arrugados ojos brillaron con cierta nostalgia al contar sobre el tan aclamado día en que se encontró con el Chullachaqui.
“Sucedió hace ya muchos años», comenzó a contar la historia del suceso que cambió su vida para siempre: el encuentro con el Chullachaqui.“Yo era un joven lleno de curiosidad y con sueños apenas nacientes. Una tarde, mis pasos me llevaron más allá de lo conocido, adentrándome en lo profundo del bosque donde las sombras parecían susurrar secretos antiguos».
La joven María Dolores, de ojos grandes y cabello oscuro como la noche, escuchaba con atención cada palabra del viejo Metsákoshi. Desde pequeña le fascinaba y despertaba intriga la historia del Chullachaqui, un ser mágico que, según era dicho, poseía la habilidad de cambiar de forma, logrando así confundir a los valientes viajeros que se adentraban por bosque.
Al escuchar el final de la historia no pudo evitar preguntar: “¿El Chullachaqui todavía vive en el bosque, viejo Metsákoshi?”
El viejo sonrió con picardía y asintió. “El Chullachaqui es tan antiguo como los árboles más viejos de nuestra selva. Vive en los rincones más oscuros, protegiendo los secretos de la naturaleza y jugando con aquellos que se aventuran más allá de lo debido.”
Los días pasaron y Dolores no podía sacarse de la cabeza la respuesta que Metsákoshi le había dado esa noche sobre el travieso duende. Hasta que una tarde, mientras exploraban el borde del bosque, escuchó una voz que la llamaba desde la profundidad de este.
“Dolores, ven aquí…” susurró la voz, imitando a la perfección la de su abuelo, quien no debería de estar ahí ya que era muy viejo como para estar en el bosque a esas horas. Mas ella, pensando que era él quien la llamaba, se adentró cada vez más en el bosque siguiendo los susurros, prefiriendo no dejarlo solo a tales horas.
Entre los árboles y el murmullo del viento, se encontró cara a cara con una figura borrosa que parecía cambiar de forma constantemente, sin embargo, no tenía medio alguno.
Era el Chullachaqui, con sus ojos de color rojo vivo que parecían ver directamente al alma y su sonrisa traviesa.
Sintió una mezcla de temor y fascinación mientras lo observaba. La criatura no parecía amenazante, pero su presencia emitía una energía desconocida y misteriosa: “¿Qué haces aquí, pequeña?” preguntó con una voz que sonaba como el canto de los pájaros al amanecer.
Dolores, con una mezcla de temor y emoción, se atrevió a preguntar: “¿Eres tú el Chullachaqui, el protector del bosque?”
El ser misterioso asintió con su cabeza mientras se reía suavemente. “Así es, escuché que tienes curiosidad por conocerme. Ven, déjame mostrarte los secretos y los misterios que hay aquí.”
Dolores, intrigada, siguió al Chullachaqui en lo más profundo del bosque, donde descubrió cascadas escondidas, flores que brillaban en la oscuridad y criaturas que parecían sacadas de cuentos de fantasía.
A medida que exploraban los dos juntos, el Chullachaqui compartió historias de siglos pasados, cuando los humanos y los espíritus de la naturaleza vivían en armonía.
El día ya estaba finalizando, el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, Dolores se dio cuenta de que ya era tarde y por más de no querer regresar a su casa regresó. Regresó con el corazón lleno de asombro y nuevas historias para contar.
El viejo Metsákoshi la esperaba junto a la hoguera y con tan solo una mirada, supo que Dolores había tenido un encuentro con la misteriosa criatura.
Desde entonces, la joven siguió visitando el bosque, aprendiendo de los secretos de la naturaleza y compartiendo la sabiduría del Chullachaqui con todos de la comunidad de Lamas.
Y así se convirtió en la guardiana del bosque. Las noches serenas en Lamas continuaron estando llenas de historias, con Dolores transmitiendo la sabiduría a la generación futura. Así, la leyenda del Chullachaqui se mantuvo como un símbolo de respeto por la naturaleza en la comunidad.