De Gia Hinojosa Gornati, Alessandra Flores Estofanero, Salvador Salas Egocheaga, Camila Camones Cerrate

Érase una vez, en un pueblo ubicado en la costa del Perú llamado Paracas, vivía un campesino llamado Anka, que residía con sus padres en una cabaña al lado del mar.   

Un día, cuando Anka cultivaba en sus campos de maíz y papas, se encontró con una bella doncella dando vueltas por el malecón, la doncella llevaba unas prendas de ropa tan hermosas como ella. Tenía el pelo largo y negro como la oscuridad. Era morena y tenía ojos marrones como el chocolate. Sus labios rojos resaltaban en su redondeado rostro.  

Anka era trigueño, tenía el pelo corto, liso y negro bien ordenado y los ojos marrones como el tronco de los árboles.                                

Al verla, el joven campesino quedó tan impactado por su belleza que le preguntó su nombre, a lo que la doncella le dijo que se llamaba Nina. Los dos cruzaron miradas y conocieron lo que era el amor a primera vista.  

Anka le preguntó a la doncella dónde había conseguido sus bellas prendas de ropa, Nina le respondió que su abuela las fabricaba con un telar de cintura especial, como si fuese mágico, le dijo que ella teje sin ningún tipo de hilo.  

El campesino, asombrado con las palabras que le había dicho la doncella, le preguntó si podían ir a casa de su abuela para ver cómo trabajaba, Nina le contestó que sí podían ir a visitarla en ese momento, Anka accedió y juntos fueron a ver cómo la abuela de Nina tejía con un supuesto telar de cintura mágico.         

Cuando llegaron a la casa de su abuela, había textiles, uncus, taparrabos, etc. Anka se quedó sorprendido con aquellos textiles de colores. De pronto, se oyó la voz de una viejita dulce y tierna que preguntaba en la entrada de la otra habitación quién era. Poco después entró: era la abuela de Nina, quien tenía el pelo plateado como la luna, la cara arrugada y de aproximadamente ochenta años. Llevaba puesto un vestido plateado como su pelo, que casi no se notaba por el manto negro que llevaba encima.   

La viejita portaba con ella un telar de cintura dorado como el oro, pero muy brillante como la plata. Anka le preguntó a la señora que si podría mostrarle cómo tejía esos hermosos telares, y la viejita le respondió que sí, pero con una advertencia: que no tocara el telar.  

El joven tuvo mucho cuidado, pero como era muy curioso se atrevió a tocar el telar. En el momento en el que lo tocó, la viejita dio un grito muy fuerte y agudo. Cuando Anka se volteó a ver, solo quedaban cenizas y el telar de cintura dorado en el suelo, Nina también había desaparecido con ella.  

Anka recogió el telar de cintura y llorando por la muerte de Nina y de su abuela, se dirigió a su casa.   

Cuando llegó, sus padres le preguntaron por esa cosa dorada que llevaba con él, su mamá cogió el telar de cintura y se dio cuenta que decía “Cultura Paracas” en proto-aymara, la lengua de los que habitaban en la cultura Paracas.  

La leyenda cuenta que la aguja de ese telar tenía como unos mil años de antigüedad y que fue pasando de generación en generación.