De Catalina Mayuri Larrabure, Gia Sessarego Aita, Micaela Medina Ludeña

En los valles secos de Nazca, el pueblo sufría una terrible sequía. El chamán, buscando una señal, encontró en el lecho del río un barro inusual, que vibraba con la esencia de los sueños del cielo y la vitalidad de la tierra. Se decía que la mismísima María, conocida como la diosa de la fertilidad y el agua, se había compadecido y lo había imbuido de una energía especial.  

Los artesanos, con este barro sagrado, descubrieron que podían capturar la belleza de su mundo y del cosmos. Las figuras de animales y los colores de la naturaleza cobraban vida en sus manos. Al cocer las piezas, estas emitían un zumbido, revelando su conexión con los espíritus.  

Muchos siglos después, el arqueólogo Raúl Schtwarman, mientras exploraba las pampas desérticas, desenterró fragmentos de estas vasijas. Fascinado por sus formas y colores, comprendió que no eran meros objetos, sino un legado. Era el barro que soñó con el cielo y habló por generaciones, un testamento silencioso de la sabiduría de un pueblo y de la benevolencia de su diosa.